Nicaragua
1867 – 1916
☥
De otoño
Yo sé que hay
quienes dicen: ¿por qué no canta ahora
con aquella locura armoniosa de antaño?
Ésos no ven la obra profunda de la hora,
la labor del minuto y el prodigio del año.
Yo, pobre árbol,
produje, al amor de la brisa,
cuando empecé a crecer, un vago y dulce son.
Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa:
¡dejad al huracán mover mi corazón!
☥
Thanatos
En medio del camino de
la Vida...
dijo Dante. Su verso se convierte:
En medio del camino de la Muerte.
Y no hay que aborrecer a la ignorada
emperatriz y reina de la Nada.
Por ella nuestra tela esta tejida,
y ella en la copa de los sueños vierte
un contrario nepente: ¡ella no olvida!
☥
Nocturno
Silencio de la noche,
doloroso silencio
nocturno... ¿Por qué el alma tiembla de tal manera?
Oigo el zumbido de mi sangre,
dentro de mi cráneo pasa una suave tormenta.
¡Insomnio! No poder dormir, y, sin embargo,
soñar. Ser la auto-pieza
de disección espiritual, ¡el auto-Hamlet!
Diluir mi tristeza
en un vino de noche
en el maravilloso cristal de las tinieblas...
Y me digo: ¿a qué hora vendrá el alba?
Se ha cerrado una puerta...
Ha pasado un transeúnte...
Ha dado el reloj trece horas... ¡Si será Ella!...
☥
Lo fatal
Dichoso el árbol, que
es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...
☥
Juventud,
divino tesoro
Juventud,
divino tesoro,
¡ya
te vas para no volver!
Cuando
quiero llorar, no lloro
y a
veces lloro sin querer
Plural
ha sido la celeste
historia
de mi corazón.
Era
una dulce niña,
en
este mundo de duelo y de aflicción.
Miraba
como el alba pura;
sonreía
como una flor.
Era
su cabellera obscura
hecha
de noche y de dolor.
Yo
era tímido como un niño.
Ella,
naturalmente, fue,
para
mi amor hecho de armiño,
Herodías
y Salomé…
Juventud,
divino tesoro,
¡ya
te vas para no volver!
Cuando
quiero llorar, no lloro…
y a
veces lloro sin querer…
Y
más consoladora y más
halagadora
y expresiva,
la
otra fue más sensitiva
cual
no pensé encontrar jamás.
Pues
a su continua ternura
una
pasión violenta unía.
En
un peplo de gasa pura
una
bacante se envolvía…
En
sus brazos tomó mi ensueño
y lo
arrulló como a un bebé…
Y te
mató, triste y pequeño,
falto
de luz, falto de fe…
Juventud,
divino tesoro,
¡te
fuiste para no volver!
Cuando
quiero llorar, no lloro…
y a
veces lloro sin querer…
Otra
juzgó que era mi boca
el
estuche de su pasión;
y
que me roería, loca,
con
sus dientes el corazón.
Poniendo
en un amor de exceso
la
mira de su voluntad,
mientras
eran abrazo y beso
síntesis
de la eternidad;
y de
nuestra carne ligera
imaginar
siempre un Edén,
sin
pensar que la Primavera
y la
carne acaban también…
Juventud,
divino tesoro,
¡ya
te vas para no volver!
Cuando
quiero llorar, no lloro…
y a
veces lloro sin querer.
¡Y
las demás! En tantos
climas,
en tantas tierras siempre son,
si
no pretextos de mis rimas
fantasmas
de mi corazón.
En
vano busqué a la princesa
que
estaba triste de esperar.
La
vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya
no hay princesa que cantar!
Mas
a pesar del tiempo
terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con
el cabello gris, me acerco a los
rosales
del jardín…
Juventud,
divino tesoro,
¡ya
te vas para no volver!
Cuando
quiero llorar, no lloro…
y a
veces lloro sin querer…
¡Mas
es mía el Alba de oro!
Yo sé que hay quienes dicen: ¿por qué no canta ahora
con aquella locura armoniosa de antaño?
Ésos no ven la obra profunda de la hora,
la labor del minuto y el prodigio del año.
Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa,
cuando empecé a crecer, un vago y dulce son.
Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa:
¡dejad al huracán mover mi corazón!
En medio del camino de la Vida...
dijo Dante. Su verso se convierte:
En medio del camino de la Muerte.
Y no hay que aborrecer a la ignorada
emperatriz y reina de la Nada.
Por ella nuestra tela esta tejida,
y ella en la copa de los sueños vierte
un contrario nepente: ¡ella no olvida!
Silencio de la noche, doloroso silencio
nocturno... ¿Por qué el alma tiembla de tal manera?
Oigo el zumbido de mi sangre,
dentro de mi cráneo pasa una suave tormenta.
¡Insomnio! No poder dormir, y, sin embargo,
soñar. Ser la auto-pieza
de disección espiritual, ¡el auto-Hamlet!
Diluir mi tristeza
en un vino de noche
en el maravilloso cristal de las tinieblas...
Y me digo: ¿a qué hora vendrá el alba?
Se ha cerrado una puerta...
Ha pasado un transeúnte...
Ha dado el reloj trece horas... ¡Si será Ella!...
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...