EDUARDO CASTILLO


Colombia 1889 – 1937

 
Tristitia rerum

El dolor es el alma de las cosas,
y más si son efímeras y bellas;
quizá por eso nos parecen ellas
tanto más tristes cuanto más hermosas.

Habitadas por almas misteriosas
nos ocultan sus íntimas querellas,
aunque sólo el dolor de las estrellas
se puede comparar al de las rosas.

Tan sólo tú penetras y conoces,
¡oh Poeta! ¡oh Vidente! sus serenos
pensares y oyes sus calladas voces.

Y vas a ellas con piedad, de modo
que si no lo ama todo, por lo menos
tu corazón lo compadece todo.

  
Difusión

Ya el otoño llegó, y aún busco aquella
novia lejana cuyo cuerpo leve
es un ampo de rosas y de nieve
en que embrujada se quedó una estrella.

Y aunque no pude ni encontrar su huella
y los inviernos de la vida en breve
escarcharán mi sien, algo me mueve
a seguir caminando en busca de ella.

Mas pienso a veces que quizás no existe
y que jamás sobre la tierra triste
podré con ella celebrar mis bodas,

o que este loco afán en que me abraso
la busca en una sola cuando acaso
se halla dispersa y difundida en todas.

 
Ella

Tú, mi novia de siempre, la lejana
novia de blanca túnica ceñida;
la nunciadora en cuya frente erguida
brilla el lucero azul de la mañana;

tú, prometida y a la vez hermana,
a quien buscó mi juventud florida
y a quien, en el invierno de la vida,
buscaré aún con la cabeza cana.

Tuyos fueron los brotes abrileños
del cándido rosal de mis ensueños,
su primer yema y su primer retoño;

y hoy —pasados los años— como prenda
de constancia inmortal, te hago la ofrenda
de este ramo de rosas de mi otoño.

  
Canción del atardecer

Ante la hembra hermosa de curvas de lira
que a mi lado pasa con triunfal alarde,
mi corazón arde como roja pira
Pero a mis oídos una voz suspira:
–Corazón, corazón, ya es muy tarde.

Ante el oro trágico, de fulgor sangriento,
que con llamaradas demoníacas arde,
mi ambición se lanza como un dardo al viento.
Pero a mis oídos dice el mismo acento:
–Corazón, corazón, ya es muy tarde.

Al oír el áureo pregón de la fama,
ansío glorias, triunfos, la apolínea rama,
pero ante la vida me siento cobarde,
y junto a mi oído la misma voz clama:
–Corazón, corazón, ya es muy tarde.

   
Oración a Satán

Satán yo tuve un alma tan alba como el lino
o como el armiñado toisón de los pascuales
corderos, y las santas Virtudes Teologales
nevaron de azucenas de gracia mi camino.

Más exprimí tus uvas y me embriagué con vino
de tu lagar; fui príncipe de rojas saturnales
y cultivé la flora malsana de los males
en un envenenado jardín luciferino.

Hoy, solo en mi soberbia e indiferente al mundo
de flores y de danzas y músicas circundo
mis horas, con el ansia secreta de olvidar.
Más, oh Satán, oh príncipe rebelde; me quebranta
la pena que te atrajo la compasión de Santa
Teresa: la congoja de no poder amar

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