HOMENAJE EN SU SEPELIO

Por  José Miguel Orozco
Soledad, 28 de diciembre de 1920


Hermano: Después de largo padecer, y subyugado por tus continuas ansias de infinito, has desojado las horas de ensueño en el holocausto austero de lo inmortal. Veintinueve años de vida terrena te hicieron apurar la cicuta ennoblecedora del Destino, y a tu ruego constante, la Divinidad, faro de luz inagotable, brindó por tu genio a los que amamos el manto luminoso de la poesía; los acordes de un visionario majestuoso, hendiendo el azur en alas de la fantasía. 

Alma de cóndor en espíritu divinizado; cantor de epopeyas sentimentales, alzas hoy tu vuelo y la sombra de tu mal huye despavorida, para que rimes en las voluptuosidades del espacio las estrofas del silencio que llegaron tarde a enriquecer tu numen de poeta. 

Tú, hermano, que ayer cantaste a la vida y a la muerte en veros sublimes y redentores; tú, el héroe y el mártir, que luchaste diez y seis años con el ave fatídica del quebranto, con esa suerte negra e impía que el horóscopo del destino selló en la página negra del misterio, ya estás aquí, reducido a la última expresión donde palpita el dolor; aquí donde yacen las cenizas veneradas de muchos seres que fueron para mi tan queridos; aquí donde ha tiempo duerme la amada de tus ensueños juveniles; y donde muchas veces, bajo el palio blanco de la luna, llegaste conmigo a ofrendarle ante su tumba, los últimos versos que para ella quedaron en tu alma soñadora; aquí, donde los despojos del que fue, gritan a los sobrevivientes con el eco desgarrador de lo que acaba; pero tu espíritu benigno canta, canta la armonía sentimental de la libertad de los vastos continentes del bíblico recuerdo. Adiós alma buena, corazón sufrido, fruto de la virtud y del esfuerzo; que nuestras lágrimas y nuestros sollozos, sean peldaños por donde asciendas a la Gloria, en pos de la bienaventuranza que el dulce Nazareno prometió a los que transitamos por la senda dolorosa de la vida. 


Oh, hermano del dolor que consumido,
y a pesar de tu angustia y de tu lloro,
llevaste dentro el pecho adolorido
un tierno y noble corazón de oro.

Tú luchaste, oh si, con el destino
que con rigor a ti tocó por suerte;
imploraste piedad y ella no vino,
sino el beso inefable de la muerte.

Cansado de sufrir, marchas tranquilo,
hacia el mundo infinito de la Nada,
allá donde el dolor no encuentra asilo.

Te alejas de la vida transitoria,
pero llevas la frente coronada
con lauros, sí, que te ofrendó la Gloria.

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