MEDARDO ÁNGEL SILVA


Ecuador 1898 - 1919 



Carne de asesino 

¡Carne del asesino, maldita podredumbre 
que pende de las horcas en fúnebres racimos 
y muestra a las pupilas de ávida muchedumbre 
la malévola herencia que todos recibimos!… 

Oh carne de los mártires (Gloria in excelsis Deo) 
que de nuestro Rey Cristo son divinas cosechas; 
Oh, labios siempre abiertos al consuelo de un Creo 
¡divina vestidura traspasada de flechas!… 

-Oh, carne de las vírgenes que la inocencia armiña, 
nieve, azucena, estrella, lirio polar campiña 
donde no puso amor la llama de su planta! 

Hostia, carne de Dios para la cena mística, 
y que, por el milagro de la gracia eucarística, 
a nuestra carne inmunda une su carne santa! 


Lo tardío

Madre: la vida enferma y triste que me has dado,
no vale los dolores que te ha costado;
no vale tu sufrir intenso madre mía,
este brote de llanto y de melancolía.
¡Ay! ¿Por qué no expiró el fruto de tu amor,
así como agonizan tantos frutos en flor?

¿Por qué, cuando soñaba mis sueños infantiles,
en la cuna, a la sombra de las gasas sutiles,
de un ángulo del cuarto no salió una serpiente
que al ceñir sus anillos en mi cuello inocente,
con la flexible gracia de una mujer querida,
me hubiera librado del horror de la vida?

¡Más valiera no ser a este vivir de llanto,
a este amasar con lágrimas el pan de nuestro canto,
al lento laborar del dolor exquisito,
del alma ebria de luz y enferma de infinito!


La fuente triste

I
Al par te implora y te mima
en mi canto, mi tristeza:
te solloza cada rima
y cada estrofa te besa.

II
Dices que no tienen motivo mis penas,
pues las lloro mías cuando son ajenas...
¡Ay!, ese es mi encanto:
llorar por aquellos que no vierten llanto.

III
Como Dios me ha dado don de melodía
en música pongo mi melancolía:
que el llanto mejor
es ése que recuerda con dulce rumor.

IV
Cuando mi tributo reclames —¡oh, Muerte!—
dulce reina mía, ¿qué podré ofrecerte...?
¿Te daré mis alas...? ¡Ay!, pero mis alas
mancharon de cieno las pasiones malas.
¿Te daré mi llanto...? Mi llanto, bien sé,
como lo prodigo, que ni eso tendré.
Mas, como algo puedes, te dará mi amor
lo único que tengo propio: mi dolor.

V
Ya me ofrezcan rosas o me den espinas
yo bendigo siempre tus manos divinas.
Corazón del que ama es como la rosa:
perfuma la mano de quien lo destroza.

VI
Hora en que te conocí,
hora de Anunciación,
hora azul en que cantaba
la alondra de la Ilusión;

hora de armiño y de seda
sobre la que Dios bordó
tu monograma y el mío
en el telar del Amor.

VII
El mundo jugó en mis sueños,
la Mujer con mi corazón
y la llama de mi fe, pura,
sopló Satán y la apagó.

Y, pues, Mundo, Demonio y Carne
en mi alma vertieron su hiel,
cuando venga por mí la Muerte
poca cosa tendré que hacer.

VIII
En vano es que tu clara risa de oro
me intente consolar... y, aunque lo pueda,
hoy mi tristeza es mi único tesoro
y, si tú me la quitas, ¿qué me queda...?

IX
No despiertes sorprendida
de que amanezca a tal hora:
se ha adelantado la Aurora
para mirarte dormida.

X
Fuera el mayor embeleso
de mi réproba alma loca
ir al Edén de tu boca
por el camino del beso.

XI
Tan levemente resbalas
sobre la asiática alfombra
que mi ternura se asombra
de no mirarte las alas.

XII
Por tu desdén se convierte
toda caricia en herida
y tu mirada es la vida...
pero a mí me da la Muerte.

XIII
La enfermedad que yo tengo
mi corazón sólo sabe;
como él nunca la dirá,
nunca ha de saberla nadie.

La sabe el claro de luna
y el parque gris: ¡preguntadles...!
La sabe el viento que pulsa
las liras crepusculares...

Mis versos la están diciendo
y no la comprende nadie...
La enfermedad que yo tengo
en silencio ha de matarme.

XIV
Mi corazón goza en tus
pupilas de noche inerte
la dulzura de la muerte
en un abismo de luz.

Canción del tedio

¡Oh, vida inútil, vida triste,
que no sabemos en qué emplear!
Nos cansa todo lo que existe
por conocido y por vulgar.

¡Nuestro mal no tiene remedio
y por siempre vamos a sufrir
la cruel mordedura del tedio
y la ignominia de vivir!

¡Frívolos labios de mujeres
nos brindan su hechizo fatal!
¡Infeliz del que oyó en Citeres
la voz del Pecado Mortal!

Vuelan las almas amorosas
hacia los ojos de abenuz,
e igual a incautas mariposas
queman sus alas en la luz.

Pero no tienta al alma mía
dulce mirar o labio pulcro…
Yo pienso en el tercero día
de permanencia en el sepulcro.

Tras de los éxtasis risueños
con lunas y aves en la brisa,
se deshacen nuestros ensueños
como palacios de ceniza.

Tened de amor el alma llena
y perderéis en la aventura:
eso es hacer casa en la arena,
como nos dice la escritura.

Invariable, sólo el fastidio;
siempre es el viejo spleen eterno.
El negro lago del suicidio
es la antesala del Infierno.

Idealiza, ten el anhelo
del águila o de las gaviotas;
ya volverás al duro suelo,
Ícaro con las alas rotas…

Un palimpsesto es nuestra vida:
Dios en él borra, escribe, altera…
mas la última hoja es conocida:
una cruz y una calavera…

Señor, cual Goethe no te pido
la luz celeste con que asombras:
dame la noche del olvido:
yo quiero sombras, sombras, sombras…

¡Estoy sediento, no de humano
consuelo, para mi aflicción:
quiero en el lirio de tu mano
abandonar mi corazón!

¡Como una inútil alimaña
que se arroja lejos de sí,
anhelo arrancarme la entraña
que palpita dentro de mí!

Y con aquella calma fría
del que un principio no ve,
iré a buscar mi paz sombría
no importa a dónde…, pero iré.

Continuas orgías

En continuas orgías cuerpos y almas servimos
a los siete lobeznos de los siete pecados:
la vid de la Locura de sus negros racimos
exprimió en nuestras bocas los vinos condenados.

Pálidas majestades sombrías y ojerosas,
lánguidos oficiantes de pintadas mejillas
se vieron coronados de nuestras frescas rosas
y en la Misa del Mal doblamos las rodillas…

Y acabado el festín -al ensayar el vuelo
hacia el puro Ideal- como heridas gaviotas
las almas descendieron al putrefacto suelo,
asfixiadas de luz con las alas rotas!

¡Carne del asesino, maldita podredumbre
que pende de las horcas en fúnebres racimos
y muestra a las pupilas de ávida muchedumbre
la malévola herencia que todos recibimos!…

Oh carne de los mártires (Gloria in excelsis Deo)
que de nuestro Rey Cristo son divinas cosechas;
Oh, labios siempre abiertos al consuelo de un Creo
¡divina vestidura traspasada de flechas!…

-Oh, carne de las vírgenes que la inocencia armiña,
nieve, azucena, estrella, lirio polar campiña
donde no puso amor la llama de su planta!

Hostia, carne de Dios para la cena mística,
y que, por el milagro de la gracia eucarística,
a nuestra carne inmunda une su carne santa!

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